Me gusta respirar la lluvia. Salir a caminar y dejarme atrapar bajo su manto. Es como si mi propia idea de libertad viniera de la mano de ella. Y si me dan a elegir un mes, me quedo dudando entre abril y octubre...justamente dos meses lluviosos.
Abril porque, en Buenos Aires, es el otoño. Ver las hojas de los árboles cayendo sobre las veredas, particularmente, no sólo me brinda una sensación óptica fascinante, sino que también, me despierta a renovarme. A desnudarme de lo viejo y preparar el terreno para lo que vendrá. Lejos ya del agobio del verano porteño que me fastidia y, literalmente hablando, me hace transpirar más de la cuenta.
Octubre, en cambio, porque todo florece. Es entonces cuando me percato de mi condición de ser un poco vegetal, un poco árbol. Y necesito apostar por los brotes nuevos, ver cómo crecen... En definitiva, completar el ciclo. El orden? Y sí...algo alterado está... Aunque así, al menos en mí, funciona mejor.